Como
lo lees. Vendo mi casa, entera. Está muy bien situada, cerca del
centro. Cerca de la estación de autobuses, donde alguna que otra vez
recibí tu sonrisa y tus besos.
Tiene balcones que dan a una
iglesia, desde los que tú y yo siempre veíamos nuestra boda que
jamás llegó, que jamás llegaría. Y tiene dos dormitorios, con
camas pequeñas donde hemos hecho el amor hasta reventar. Por
supuesto, las sábanas están limpias, no soportaría el olor a ti, a
tu piel, a tus besos durante tanto tiempo. Nadie que entre aquí lo
soportaría. Las habitaciones huelen un poco a dolor, sobre todo el
dormitorio grande, pero es cuestión de ventilar los cuartos un
tiempo y pasará.
Como casi todo, dale tiempo a que cicatrice. La
casa también te echa de menos. Hay un salón muy grande, está casi
nuevo. Puedes vaciar los cajones, yo no me atrevo. Están llenos de
mis errores, de mis errores contigo. No los he tirado porque no caben
en una simple papelera, alquila un camión con destino al pasado, yo
me encargo de pagar el viaje. Y llévate también las flores
marchitas de la terraza, el olor a podrido de esta relación se
refleja en ellas y me da alergia. Nos han acompañado durante todo el
camino, sonrieron y lloraron con nuestra relación y ahora que toda
esta farsa ha terminado, se han secado. ¿No da miedo?
Tiralas.
También hay una cocina, como en todas las casas.
La nevera está vacía, nosotros siempre comíamos fuera. ¿Recuerdas?
De aquí para allá, donde encontrábamos. Por eso está casi nueva;
de hecho, creo que es lo único que ha sobrevivido a nuestra
relación. Cuando veas la cocina, encontrarás aquel montón de
post-it de colores pegados en el mueble donde guardo el atún. No los
tires. Embálalos y mándalos a un mundo donde la gente nunca termine
lo que empieza. Son promesas que algún día cumpliríamos. Promesas
que nunca cumplimos.
Los cuartos de baño no son nada del
otro mundo. En la ducha también hemos hecho el amor, como animales.
Hay alfombrillas porque cuando se quiere con todo el amor resbala y
duele. Puedes usarlas. No huelen a nada. Lo bueno del agua es que lo
limpia todo, se lleva consigo cualquier cosa y te permite recrearte
en la marcha de lo bueno de la vida por el desagüe. Por eso es tan
grande, me gustan los cuartos de baño amplios, donde uno pueda
llorar a gusto en el suelo y mirarse al espejo sin miedo a tropezar
con algún mueble.
Y por último, que debería haber sido lo
primero: el recibidor. El teléfono sin la luz encendida. Porque aún
no me has llamado. Aún funciona, no me he atrevido a desconectarlo.
Por si te equivocabas y marcabas mi número. Así que ya sabes,
cógelo siempre y si preguntan por mí, aunque haya pasado una
eternidad, dile que estás a tiempo, que aún no te olvidé. El
paragüero está vacío, a ti siempre te gustó calarte de lluvia
hasta los huesos y a mi no me importaba.
Por último, la
mirilla. No la utilices. Está medio rota. Falta un soplido para que
acabe de caer. Ha visto demasiadas cosas. No la hagas partícipe de
ninguna relación, no es tan fuerte como aparenta. No lo aguantaría.
Y bueno... Eso es todo. Yo no volveré por aquí. No puedo.
Ya
hablaremos del dinero, ya me contarás que tal te va. Toma la llave.
Es tuya. Cuídala, por favor. Y no invites a nadie de quien puedas
enamorarte o no durarás mucho por aquí.